Verónica Fernández Vila: Hay que estar con los dos pies en el presente

foto de Verónica Fernández Vila

Por Igual Más

11/10/2016

 

     

     Soy de la Capital Federal y por una sucesión de hechos fortuitos terminé trabajando y viviendo en Córdoba. No volvería a vivir a Buenos Aires por más que la ame. Una de las cosas que me encanta de Córdoba es que en 40 minutos estás en lugares hermosos, en contacto con la naturaleza, posibilidad que los porteños no tenemos.

 

     Desembarqué en Córdoba porque, después de haber tenido un paso circunstancial que me permitió grabar la artística de un programa de radio, tuve una oferta de trabajo. Decidí probar, llegué el 7 de mayo de 1991 a las 8 de la mañana y a las 2 de la tarde empecé en Power 102.3, la FM de Radio Universidad, que anteriormente se llamaba Líder.

 

     Trabajaba muchísimo, pagaba el derecho de piso (como todos los colegas en los comienzos) conduciendo en la radio en la noche y trasnoche, Y también aprovechaba otras oportunidades.

 

     Estaba sola, mi familia estaba en Buenos Aires. Siempre digo que mi gran familia son mis amigos y mis compañeros de trabajo.

 

     Sufrí mi primer ataque de pánico en noviembre de 1996. Descubrí que hubo algunos antecedentes. Posiblemente el entorno familiar había incidido: mi padre era una persona admirable, con total dominio de sus emociones, muy poderoso mental y espiritualmente y muy trabajador. Pero mi madre tuvo una infancia muy difícil y creo que eso la marcó: era depresiva, miedosa, ansiosa. Crió a sus hijos como pudo, como supo, a su manera.

 

     Posiblemente, las raíces de mis ataques de pánico hayan estado a los 8 años. Durante un año, tuve episodios en los que me despertaba a las 2 de la mañana, gritando. Yo no recordaba nada.

 

     Ya instalada en Córdoba, comencé a pensar que quería hacer terapia. Yo aprecio la terapiapsicológica como una instancia valiosa para el cuidado personal. Además, siempre digo que es mi profesión frustrada, porque comencé la carrera dos veces, en Buenos Aires y en Córdoba.

Uno de mis trabajos como locutora en esta ciudad fue en el programa El discreto encanto de los galenos , que conducían los médicos Raúl Jiménez y Carlos Presman, junto a Jorge Lewit. Los adoré desde el primer día.

 

Los primeros síntomas

 

     Un día, una idea se me atravesó: “Yo tengo una enfermedad grave”. Empezó a invadirme de a poco y después comenzó a molestarme, porque era recurrente. Pero era sólo una idea, porque no tenía ningún problema de salud.

 

     Un domingo, ya de noche, ese pensamiento era tan dominante, que no lo aguanté y salí corriendo hasta un bar. Desde allí llamé a Jiménez, quien además era mi ginecólogo, y le dije: “Raúl necesito hablar con vos. Lo más urgente que puedas”. Me citó para el día siguiente a las 6 de la mañana en el bar del hospital Córdoba y, cuando le conté lo que me pasaba, se mostró aliviado. “¡Pensé que era algo más grave!”, me dijo. Insistí: “Pero, Raúl, me siento mal. Decime qué hago y yo lo voy a hacer”. Él tomó una servilleta y escribió el teléfono de Aníbal René Camarasa, un psiquiatra. “Llamá a este teléfono y pedí turno cuanto antes”, dijo.

 

     Comencé la terapia el 3 de julio de 1996. En ese momento no tenía las crisis, la primera fue en noviembre. Por suerte, para ese momento ya estaba en tratamiento. Y también por suerte, conocía a Carlos Presman.

 

     La tarde en que tuve mi primer ataque, me estaba bañando. El síntoma más fuerte fue el miedo a la muerte inminente. Tenía otros, como palpitaciones, sensación de pérdida de control, sudoraciones, hormigueos en las manos, rigidez en algunos músculos de la cara y las extremidades y una sensación de despersonalización difícil de describir. Salí con champú todavía en la cabeza, me sequé como pude, me puse lo primero que encontré, bajé, subí a un taxi y dije: “A la calle 27 de Abril al 1200”. El consultorio de Presman.

 

     Entré y le dije a la secretaria: “Tengo que ver al doctor urgente”. Me hicieron entrar, me tomé del saco de Presman y empecé a llorar. Sólo le decía “no me quiero parecer a mi mamá”.

 

     Presman me suministró un medicamento y llamó a mi psiquiatra. Cuando terminó la comunicación, me dijo: “Te voy a dar una rutina de análisis, para descartar cualquier otra cosa. Si salen bien, lo que tenés son ataques de pánico”.

 

     Tuve el diagnóstico diez días después y me dije: “Esto es pasajero”. Pero continuó ocurriendo diez años más. Es un trastorno de la ansiedad. Con el tiempo, aprendí que cuando la ansiedad estaba a un nivel muy alto, tenía una crisis. Había un combo de cosas que influían: trabajaba muchísimo, soy muy autoexigente, responsable, ordenada, culposa.

 

     Tuve crisis en mayor o menor medida hasta 2006. En 2004 cambié de psiquiatra (sólo porque los períodos o procesos con el terapeuta son especiales y no por su cualidad profesional).

 

     Mi nueva terapeuta era Liliana Mombrú, con quien descubrí un abordaje más holístico y, por sugerencia de ella, hice otras terapias que por ejemplo, trabajan con la respiración consciente. Muchas cosas ayudaron a que hoy, cuando percibo algún síntoma (por suerte, en forma infrecuente), tenga estrategias para controlarlo, inclusive el llanto, una gran descarga emocional.

 

     He llegado a ir al consultorio del terapeuta en las peores condiciones, pero nunca, falté al trabajo por ataque pánico. No me lo permití, pero sobre todo, no me lo permitió mi psiquiatra. Y hoy lo agradezco.

 

     A los 48 años, creo ser más consciente de mis límites, cuándo decir “basta”. Aunque sigo siendo miedosa, tengo más herramientas. Sigo nadando (porque descarga adrenalina y además me encanta) e hice el instructorado de yoga.

 

     Es toda una actitud decir “estuve” enferma, “superé los pánicos”. ¿Pueden volver? Sí, ¿a quién no? Tiene mucho que ver la vida moderna, la velocidad, el estrés. Cuando nos bañamos, en general no pensamos cosas como “qué calentita está el agua”, sino en lo que tenemos que hacer después. Hay que estar con los dos pies en el presente. No es fácil, es una tarea diaria. Me sigue costando, pero vale la pena el esfuerzo para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

 

Fuente de imágen y texto: http://www.lavoz.com.ar/salud/veronica-fernandez-vila-hay-que-estar-con-los-dos-pies-en-el-presente?cx_level=home_lvi_widget

0 comentarios

Buscar

Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Categorías

Te recomendamos seguir leyendo

«Todo, todo»

«Todo, todo»

  “Todo, todo”, en inglés “Everything, Everything”, es una novela romántica y dramática de la autora americana Nicola Yoon, destinada a...

Mary y Max (2009)

Mary y Max (2009)

"Mary y Max" es una película australiana de animación stop motion del 2009, escrita y dirigida por Adam Elliot. Este es el primer largometraje que...

Forrest Gump

Forrest Gump

  Forrest Gump es una película estadounidense cómica dramática estrenada en 1994. Basada en la novela del escritor Winston Groom, la película fue...