Esta nueva entrega de Glosario Social tiene como protagonista a María Fernanda Suppo, licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Vive en Pilar, provincia de Córdoba y es una de las coordinadoras de Pilares Espacio Interdisciplinario. Allí trabajan 13 profesionales de distintas disciplinas, entre ellos psicólogos de niños y adultos, psicopedagogos, psicomotricistas, fonoaudiólogos y terapistas ocupacionales.

Su vínculo con la discapacidad recién tuvo lugar en sus primeros años como profesional. “No tuve contacto con la discapacidad en el estudio de grado, porque en la carrera de psicología en la UNC no existía ninguna materia que la tuviera en cuenta. La llegada es a través de la formación de mi equipo de trabajo. Empecé a compartir espacios de consultorio con psicopedagogas, psicomotricistas, y a partir de allí, surgió la demanda de atención psicológica para sus pacientes. Trabajamos mayormente con discapacidad mental”.

“Los primeros momentos fueron difíciles porque no se contemplaba la psicología, y muchísimo menos el psicoanálisis, en personas con discapacidad. Hubo que pelearlo hasta en las obras sociales, porque se decía que si no se tenía un cierto nivel intelectual no se podía acceder a las interpretaciones psicoanalíticas. En este sentido, los docentes y sobre todo los profesionales que clásicamente trabajaban con discapacidad, reclamaron por esta parte injustamente dejada de lado en las personas con discapacidad mental. Los padres escucharon a estos profesionales y empezaron a sentir que sus hijos tenían derecho a una mejor calidad de vida. Fundamentalmente, la psicología en discapacidad apunta a eso. Ese fue el comienzo de una experiencia sumamente rica, que en un principio fue medio autodidacta, y sobre todo aprendiendo de otras disciplinas. Actualmente, la discapacidad está más contemplada dentro de la currícula de un curso de formación para psicólogos”.

“En este momento, contra lo que más se debe luchar es el etiquetamiento. Estoy en contra de esos diagnósticos rotulantes, que también son inhabilitantes y que ponen un techo. Hay que romper con esa idea de plantear que este niño va a llegar hasta ahí porque tiene tal síndrome. No hay un límite. Cada persona es singular más allá de su condición. No hay que encasillar ni trabajar desde la casilla, sino ver a cada persona cómo es y tener en cuenta qué necesita, tenga o no discapacidad”.

“Una de las cosas en las que considero que también hay que hacer hincapié es en no olvidar que los niños necesitan tiempo libre. A veces, en aras de darles los mejores tratamientos, hay niños que se pasan la vida en los consultorios, con sesiones de fonoaudiología, psicomotricidad, psicología, psicopedagogía, y no tienen tiempo de vivir su niñez. En nuestro centro, que tiene ya 23 años de trabajo, tenemos la premisa de brindar la menor cantidad de tratamiento posible. Intentamos, en primer lugar, trabajar de forma transdisciplinaria y que el niño no vaya a un consultorio para cada tratamiento, sino que dos terapeutas de distintas disciplinas participen en el armado de la sesión y solo uno de ellos trabaje con el niño. Eso se puede hacer solo en algunos casos. Cuando no es posible, indagamos en el momento particular del niño y decidimos qué tratamiento es prioritario en ese año. Lo que diferencia muchas veces a un niño con discapacidad y a un niño sin discapacidad es que este último tiene tiempo para hacer otras actividades, mientras que los otros niños viven en los consultorios. Eso es patologizar”.

“Otra cosa que no corresponde directamente al área de psicología, pero que nosotros vemos mucho, es la cuestión de las integraciones escolares. Si bien se ha avanzado muchísimo, todavía cuesta diferenciar lo que sería una inclusión de una integración. Hay muchos niños que están incluidos en las aulas, entendiendo el término incluir en este caso como meter algo en el interior de otra cosa. Pero no están integrados, es decir, siendo parte de un íntegro, de un todo. Si bien las docentes integradoras hacen un gran trabajo me parece que el psicólogo puede ayudar mucho para lograr esa integración y que lo aprovechen tanto el niño con discapacidad como sus compañeros. Cuando hay una buena integración todos aprenden”.

“Mi experiencia con respecto al sistema educativo es muy particular. Al vivir en Pilar, una ciudad pequeña del interior cordobés, uno tiene mucha relación con el docente. Hay comunicación cara a cara, ya que nosotros trabajamos mucho yendo a las escuelas. Entonces es mucho más fácil poder consensuar, intercambiar saberes, y eso hace que el docente aprenda muchas cosas de manera informal. Pero en líneas generales, el sistema educativo apunta siempre a un niño dentro de la norma, más allá de que tenga discapacidad o no. El que escapa de esa norma queda un poco fuera. Es un problema del sistema educativo en general, que le falta creatividad y apertura para poder aprovecharse de otras situaciones y aprender desde otros lugares. Pero también es un problema mucho más amplio, estamos hablando de aulas superpobladas, donde todos los niños se pierden”.

“A lo largo de mi experiencia, fui perdiendo el temor. Mi mayor duda, al principio era en cómo aplicar la psicología en personas con discapacidad. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que ese temor era absolutamente infundado. Una persona con discapacidad es una persona a la que hay que evaluar, acompañar y ayudar como a cualquiera, teniendo en cuenta su subjetividad. Todos somos diferentes”.