Martín Sánchez es Coach Ontológico. Actualmente vive en Río Cuarto y trabaja en un club de fútbol local con jóvenes y adolescentes. Tiene una hija llamada María Paz, le gusta el tango y tocar la guitarra.
En esta nueva nota de “Capacidad en Primera Persona”, Martín nos cuenta un poco de su vida, sus proyectos y anhelos.
Mi nombre es Martín Antonio Sánchez Urreta. Tengo 48 años. Nací el 16 de febrero de 1970 y vivo en Río Cuarto, provincia de Córdoba, con mis padres que son personas mayores: mi mamá tiene 74 y mi papá 78. Además, estoy aprendiendo a bailar tango y toco la guitarra en una orquesta que está formando el PAMI.
Nací con catarata bilateral congénita que derivó en un glaucoma y eso es lo que desencadenó la ceguera. A los 33 años quedé ciego pero hasta ese entonces tuve baja visión.
Me ordené de sacerdote en el 2001 y ejercí hasta el 2006. Ese mismo año me enamoro de una chica, dejo los hábitos y me voy a vivir a San Juan. Con ella nos casamos y tenemos una nena que se llama María Paz, que ahora tiene 6 años. Viví en San Juan hasta el 2015 cuando nos separamos.
Luego, vine a vivir a Río Cuarto sin nada por lo que empecé a buscar trabajo. Hablé con un amigo que trabaja en la Dirección de Discapacidad de la Municipalidad de Río Cuarto y me dijo que no tenía nada en ese momento pero me ofreció hacer un entrenamiento en coaching para poder tener alguna salida laboral. Si bien yo no tenía idea de que me ofrecía, acepté. A partir de ahí entré al entrenamiento en coaching: fue un proceso que me ayudó más que nada en lo personal ya que venía un poco mal por lo que me había sucedido. Finalmente me recibí de Coach a principio de este año. Consistió en dos años de cursado en el CEOP (Centro de Entrenamiento Ontológico Profesional), que depende de la Escuela de Alejandro Marchesán, de Buenos Aires.
Desde entonces, y gracias a que empecé a mirar todo de una manera diferente, se presentaron nuevas posibilidades y una fue la de empezar coaching deportivo con dos compañeros. Ahora trabajo en el Club Juventud Unida de Río Cuarto con todas las divisiones (inferiores, reserva y primera). Trabajamos con personas de 13 a 30 años y básicamente lo que hacemos es escucharlos, brindarles un espacio donde puedan expresarse y hablar no únicamente de fútbol sino de su vida. Siempre se hace todo con respeto, escuchando lo que dice el compañero, a través de un proceso de autoconociento y de conocimiento grupal. Si bien es el primer año que trabajamos con el club ya estamos viendo los frutos que se están dando. Por eso me encanta el coaching, porque te brinda una posibilidad de poder estar al servicio de los demás siempre con apertura para seguir aprendiendo y poder facilitarles procesos a otros, pero fundamentalmente a jóvenes y adolescentes.
En algún momento pensé en relacionar el coaching con discapacidad pero, a veces, veo el ámbito de la discapacidad muy cerrado y dividido: los ciegos por un lado, los sordos por el otro, etc. Cuando llegué a Río Cuarto fui a algunas instituciones que trabajan con gente con discapacidad visual y me parecieron muy cerradas. Por ejemplo, cuando preguntabas qué se podía hacer allí te decían que había talleres para que las mujeres aprendieran a tejer, se podía hacer algo de manualidades o aprender a usar la computadora, pero nada más. Es por eso que yo creo que la persona con discapacidad debe ella misma integrarse y buscar incluirse dentro de una sociedad en la que hay un alto porcentaje de personas que no son discapacitadas ni capacitadas. Mientras aprendía movilidad con una profesora de Río Cuarto, ella me decía: «mirá, el que tiene que transformarse sos vos. Los palos de la luz, los árboles, los carteles y las veredas rotas van a seguir estando, por eso vas a ser vos el que se tenga que adaptar. No pidas que toda una sociedad se adapte a vos porque es imposible”. Yo creo que se pueden producir cambios e incluso hay algunos que ya se están dando. Entonces, si bien de a poco se van produciendo los cambios y las transformaciones en la sociedad, de acuerdo a mi experiencia, es uno el que se tiene que adaptar ya que de esa manera la gente cambia la mirada sobre la discapacidad y sobre la persona con discapacidad.
Por otra parte, este año comencé una formación de dos años en ejercicios espirituales de San Igancio de Loyola para prepararme para ser acompañante de los sacerdotes que guían a las personas que están haciendo estos ejercicios. Decidí comenzar porque me interesa: en primer lugar porque yo vengo del palo y, en segundo lugar, porque quiero desempeñarme ahí como un servicio.
El coaching me enseñó, entre otras cosas, a facilitar procesos. Yo siempre que empiezo alguna actividad hablo y dejo bien en claro las necesidades, las posibilidades y las expectativas que tengo. Para mí es muy valioso que una persona pueda sentarse con otra y decirle: «mirá, yo espero esto, necesito esto y veamos de qué forma podemos llegar a un acuerdo y a un resultado». Un futuro diferente está a una conversación de distancia. Entonces, cuando uno habla y habla bien, a palabra plena y con respeto, suceden cosas que, si no las hablamos o las damos por supuesto, se pasan de largo.
Finalmente puedo decir que me estoy capacitando en coaching deportivo. Con mis compañeros queremos seguir trabajando en esto y vemos un mercado lindo para meternos. Sin embargo, yo también soy una persona que va viendo las posibilidades que se le van abriendo. Estoy abierto a todas aquellas posibilidades que sumen, multipliquen y puedan seguir formándome para ser mejor persona, para estar al servicio de los demás. Mi primer compromiso es con mi hija, entonces, todo lo que sume para que yo sea un excelente papá siempre es bienvenido, y de ahí para el que lo necesite o esté alrededor mío.
Por María Clara García
Equipo de Prensa
Fundación Por Igual Más
Colabora en edición Sofía Rodríguez Galván
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