Noelia Herbas, desde chica, supo que su vocación era trabajar por la justicia. Con su esfuerzo, el de su familia y su fe en Dios, cumplió su sueño de ser abogada, sorteando los desafíos que su discapacidad visual y las barreras sociales le presentaron durante su carrera. Oriunda de Jujuy, llegó al corazón de Argentina para formarse en leyes. Hoy trabaja en Tribunales y lleva adelante una vida ejemplar. A continuación, su historia en una nueva columna de Capacidad en Primera Persona.
Me llamo Noe Herbas, nací y crecí en Jujuy. Toda mi familia es de allá donde estudié tanto el primario como el secundario. Después me vine a Córdoba buscando el sueño de recibirme de abogada. Toda mi vida tuve que aprender a transitar con la dificultad de no ver. Recién habré tomado conciencia a los cuatro o cinco años. Es un aprendizaje. También es cierto que mis padres y hermanos, como el entorno que me rodeaba, nunca me hicieron sentir como una carga o diferencia. Yo, de chiquita, hice todo lo que hace cualquier persona cuando es niño, ¡con mis amigos hasta jugaba al fútbol!
Mi sueño de ser abogada se despertó en mi adolescencia cuando fui testigo de abuso de autoridad, de poder, de injusticias por decirlo de alguna manera, mucho maltrato. Y recuerdo haberle preguntado a mi papá: “¿Qué hay que hacer para que esto pare?”, y la respuesta fue: “Saber de leyes”. Siempre tuve inclinación por lo social. Recuerdo que les pregunté a mis profesores del secundario “¿Para qué me sirven las leyes?” Y, ya al terminar el secundario, me dediqué de lleno a la carrera.
Puedo decir que en ninguna de mis elecciones o sueños tuvo que ver la discapacidad. Si bien es una temática que la tenía un poco dejada al momento de recibirme, hoy con la Dra. Claudia Salazar, quien es una de las Vocales de la Cámara de mi trabajo, estamos elaborando unos artículos para publicar sobre este tema pero ya desde lo jurídico y enfocándolo mucho en lo que es el ámbito salud.
Creo que en la vida hay desafíos, no obstáculos. Yo empecé a trabajar en Tribunales y con una computadora que no tenía escáner. Entonces, el problema era la lectura de los expedientes en la oficina. No se podía. En un principio, yo me traía dos o tres de ellos a casa, los escaneaba y aquí trabajaba porque allá no podía leerlos. Esto fue hasta que Claudia comenzó a gestionar la participación de un escáner para que yo también pueda trabajar en tribunales.
En la Facultad tuve una seria dificultad con los libros. Pero me sorprendió que la Institución tenga un gabinete dedicado a personas con discapacidad visual que tenía los libros listos. Yo los escuchaba y tomaba apuntes. Me llevaba semanas enteras la transcripción. Pero lo hacía con gusto porque era mi gran sueño. Hoy por hoy, sigo estudiando; trataba y trato de disfrutarlo. En los primeros años fue mi mamá quien me dictaba los libros enteros, junto a mi hermano menor. Fue un esfuerzo de todos. Creo que la Facultad de Derecho es bastante abierta en el ámbito de discapacidad e inclusión. Obviamente, como en todos lados, hay personas que tienen visiones equivocadas de lo que es la discapacidad, pero en general, es bastante participativa. Yo, gracias a Dios, no tuve problemas ni roces, soy una persona que a lo constructivo lo toma, y lo que no, no. Recuerdo a uno de los profesores que me llevó a utilizar la computadora y me sugirió escanear los libros para que me sea más fácil; eso, por ejemplo, fue algo constructivo porque me permitió seguir adelante y sortear barreras. Lo que no es constructivo es lo que hace mal y eso, simplemente lo desecho.
Gracias a Dios siempre tuve la fortuna de encontrarme personas muy abiertas que en el trabajo siempre me abrieron las puertas de la profesión. Primero Claudia, y luego Gisella quien es hoy una gran amiga y en ese momento era asistente de Claudia, Silvana y muchas otras que me formaron como profesional. Creo que es inevitable haberme sentido en todo ámbito, alguna vez, mirada diferente. Creo que está en uno tomar esa mirada o no. Hay que aprender a aceptarlo y considerarlo desde lo constructivo.
En eso la fe en Dios me ayuda. Dios es mi vida. Desde que tengo uso de razón siento que tengo fe interior y que todo lo que hice fue dado y creado por Él. Trato de ser un instrumento suyo. Entiendo que si quiso que no pueda ver busca algo más de mí. En cada cosa que hago lo tengo presente y siempre pido su luz para todo, desde lo más pequeño hasta las causas más complejas. Es como una lucecita para mí. Fue Él, junto con mi familia, quienes me apoyaron en los momentos más difíciles. Sin esas dos cosas, mi vida hubiese sido mucho más difícil. Mi fe empezó a formarse en mí desde que tuve uso de razón, porque fue mi familia quien empezó a germinar esa semilla.
Quisiera aconsejar a todas las personas que tienen alguna discapacidad a que tomen conciencia de las cosas hermosas que hay en la vida, y que todas se pueden vivir, antes de analizar el porqué o para qué. Día a día, siempre hay algo que rescatar y eso es todo un ejercicio. Hay personas que esperan de nosotros, hay esperanza.
Por Gabriel Barbero
Equipo de Prensa de Por igual +
Colabora en la edición junto al Equipo de Prensa: Miriam Coronel
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