Me llamo Mariana Berenice Pérez, tengo 27 años. Nací el 9 de marzo de 1990, en la ciudad de Córdoba capital, donde actualmente vivo.
Mis comidas preferidas son “las comidas de mi abuela” –todo lo que cocine me gusta: escalopes, sopa, pastel de papa, carne al horno y mucho más, la lista es interminable–. También (aunque sé que no son totalmente saludables) todas aquellas comidas que sean fritas, bien fritas, jaja.
Me encantan los animales y la medicina. Lo bueno es que encontré una carrera universitaria que nuclea estos dos gustos y hoy estoy finalizando mis estudios en Veterinaria, en la UCC (Universidad Católica de Córdoba).
Me gusta mucho cocinar, sobre todo comidas al horno.
Mis días son superactivos, pero mi prioridad hoy es el deporte. Mis días se organizan en torno a mis entrenamientos, concentraciones y torneos. Volvamos un poco en el tiempo…
El 20 de enero de 1999, con mi familia partimos para Brasil, con el fin de vacacionar. Viajando, cruzando por la provincia de Entre Ríos, específicamente por la ruta 12 pasando la localidad de Cerrito, una camioneta se cruzó de carril y nos impactó de frente.
A causa del accidente, falleció mi papa, mi mamá sufrió múltiples heridas que no comprometían su vida pero sí su salud, y yo sufrí varias heridas internas de gravedad (bazo perforado, laceraciones intestinales múltiples, lo que luego derivó en una peritonitis) y una lesión medular severa en vertebras dorsales número 11 y 12.
Al poco tiempo del alta del hospital, tras casi tres meses de batalla, volví a casa por primera vez y con 9 años recién cumplidos, en una enorme y pesada silla de ruedas de metal que me quedaba gigante. Creo que el impacto fue mayor para los adultos de mi familia que para mí. Mis primitos y mis amigos del colegio lo asimilaron rápidamente.
A los pocos días de volver, mi mamá me llevó de nuevo al colegio, las clases ya habían comenzado, la mayoría de mis compañeros de mi grado ya me habían visitado durante todo el tiempo que estuve ausente, por lo que tomaron con mucha naturalidad la situación. Recuerdo algo muy lindo. Al llegar me habían preparado una mesita portátil para poder colocar en la silla y ahí apoyar mis cuadernos y mis cosas.
Al principio mi mamá se quedaba todo el tiempo hasta que salía de clases. Un tiempo después, sin percatarse, mi mamá ya no se quedaba más. Solo me llevaba y me buscaba a la salida. Cuando adquirí más confianza en mí misma –y mi mamá en ella– comencé a ir y volver sola al colegio, siempre en remise. En el cole, tuve la suerte de tener un grupo grandioso de amigas y compañeros que me trataban de igual a igual. Ellos fueron muy importantes para mí, y sus familias muy importantes para mi mamá. La realidad es que fueron un gran apoyo, no solo desde lo emocional o afectivo, sino también desde lo económico.
Antes del accidente, me gustaban mucho las actividades físicas, jugaba al hockey en el equipo del colegio y participaba en un grupo de natación competitiva.
Luego del accidente, volví por primera vez a una pileta de la mano de mi neurorehabilitadora, Gabriela Costello, en un marco recreativo y de rehabilitación. Nunca olvidaré el primer día en la pileta, mi mamá –a lo mejor de puro instinto materno– llevó un chaleco salvavidas, un salvavidas redondo, un flota-flota y manguitas flotadoras, todo eso para mí y mis actividades en el agua. Creo que duré cinco minutos con todos esos accesorios puestos, después, ya me había sacado todo.
A partir de ahí todo fue vertiginoso, conocí a otra persona con una discapacidad similar, Guillermo Bustamante, quien por primera vez me insertó en el mundo de las competencias adaptadas –él ya lo hacía–. Fue genial conocer a muchos nadadores con diferentes discapacidades y, al mismo tiempo, que todos compitan en igualdad de condiciones, según su discapacidad.
Durante varios años participé en los campeonatos nacionales de natación en las diferentes provincias. En medio de estas, tuve etapas en las que me incliné por la práctica del tenis y por atletismo, creo que lo mejor que se puede hacer es probar y conocer las diferentes realidades de cada deporte.
Al cumplir 17 años, como ingresé a la facultad, decidí abandonar la práctica del deporte de modo competitivo, me estaba acomodando al ritmo universitario y no podía dedicarle el tiempo que el deporte de alto rendimiento requiere y merece. También, entrar a la facu, implicó conocer un mundo totalmente diferente, nuevo. La verdad que estudiar amplió mi visión del mundo, amplió mis recursos para resolver diferentes situaciones, para tomar decisiones correctas.
Norma Sánchez (de la Fundación Derechos sobre Ruedas) me invitó a ver un partido de básquet en silla de ruedas. No tenía muchas ganas de ir, no era algo que me llamara la atención. Recuerdo que el día del partido estaba vestida de jeans y sandalias, sin embargo, se acercó Valeria Ferreyra (preparadora física de Unión Eléctrica) y me animó a jugar, me senté en una silla deportiva que me prestaron, y ese fue mi primer contacto con el básquet. La pelota era re pesada, noté que movía la silla deportiva con mucha facilidad y la giraba mucho más rápido que las sillas para traslado en las calles. Nunca había experimentado un deporte en equipo, y menos acompañada de un grupo de “rengos”, como me gusta llamarnos a mí. Fue una experiencia que recuperó en mí todas las ganas de entrenar, a partir de ahí los eventos se dieron de modo intenso, con mucha rapidez. Recuerdo, al poco tiempo me convocaron para la preselección nacional de básquet y a partir de ahí solo me esperaba una trayectoria de crecimiento en este hermoso deporte.
Actualmente formo parte del plantel del club SICA, que disputa torneo en la Liga Nacional A. Entrenamos dos estímulos grupales y dos individuales por semana (aclaro que estímulo es el desarrollo de la actividad deportiva). También formo parte del seleccionado Nacional Femenino, por lo que cada quince días estoy afectada junto con mis compañeras de selección a una concentración que puede llevarse a cabo en diferentes provincias. Les cuento que Argentina no posee un circuito de competencia femenino en esta disciplina, por lo que una buena forma de obtener roce de juego y experiencia para afianzar el equipo es participar de la Liga Nacional de Básquet, aun teniendo en cuenta que los equipos son conformados por varones casi en su totalidad.
Estamos por viajar a la ciudad de Cali, Colombia, desde el 23 al 30 de agosto, en vistas a la Copa de las Américas. Allí buscaremos obtener la plaza que nos dará la clasificación para el mundial de baloncesto sobre silla por desarrollarse en Hamburgo, Alemania. Qué felicidad.
Creo que la discapacidad es una mera circunstancia, un aspecto más de la vida de cada uno, para algunas personas será congénita, para otros adquirida, nadie está exento de una discapacidad, ya sea permanente o transitoria. La diferencia reside en el modo en que podemos incorporarla a nuestra vida.
A veces puede sonar como un chiste, pero más de una vez me topé con la idea de que “ser rengo está de moda”. Hoy en día es muy usual ver notas, entrevistas o difusión al respecto de diferentes logros de personas que han tomado su discapacidad y la han transformado en un estilo de vida exitoso. En parte creo que de eso se trata, personalmente me gustaría sacar el foco de la perspectiva de la discapacidad y centrarse siempre en la persona que hay delante de una discapacidad, pero de todos modos termina siendo difícil hacerlo.
Pienso que como sociedad estamos en un proceso de maduración, todo lleva su tiempo, sería injusto de mi parte decir que está todo mal o que la sociedad no está preparada. Sí debo admitir que aún nos queda mucho por aprender, sostengo que el mejor camino es la educación, y la plasticidad, característica innata en los niños que lamentablemente muchas veces los adultos pierden. También creo que cada persona con discapacidad debería tomar un papel activo para modificar su entorno, esta es una tarea interminable y que tal vez lleve toda la vida, pero serán acciones que perdurarán para siempre, y que seguramente les serán útiles a otras personas luego.
En ocasiones, más que sentir discriminación, me invade un sentimiento de impotencia. Últimamente, me ha sucedido con el transporte, en lo que respecta el trámite de los pases con certificado de discapacidad o los vuelos en avión. Las diversas formas de interpretar el derecho lo hacen muy susceptible a más que malas, malísimas interpretaciones, que más de una vez terminan perjudicando la esencia del derecho para la persona con discapacidad.
Por último, quisiera compartir a todos los que están leyendo, que creo que todos tenemos una pasión y que lleva mucho encontrarla. Algunos tienen la suerte de reunirse con esas pasiones muy jóvenes y a otros les lleva algunos años más, pero lo importante es no abandonar, no dejar de buscar, no dejar de movernos en pos de llegar a hacer aquello que nos llena de energía.
Me pregunto, ¿la capacidad de aprender tiene límites? Pienso que no, pienso que podemos aprender todo lo que querramos. Solo es una cuestión de actitud.
No dejes nunca de remar tu vida…
Abrazos.
Por Juan Ignacio Suasnabar
Equipo de Prensa
Fundación Por Igual Más
Colabora en la edición: Miriam Coronel
Fuente de imagen: pxhere
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