Basándose en su experiencia propia, Marti Leimbach nos transporta a descubrir cómo ha sido para ella vivir cerca del Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD).
Daniel no habla nos cuenta la historia de una familia normal, que si bien son extranjeros, viven en un barrio de Londres. Está conformada por el matrimonio de Stephen y Melanie y sus dos hijos, Daniel de tres años y Emily de cuatro.
Stephen es quien trabaja durante horas –más allá de proceder de una familia adinerada–, mientras Melanie cuida a los niños en la casa, pasando la mayor parte del tiempo con ellos. A medida que sus hijos crecen, ella comienza a notar que Daniel no avanza al mismo ritmo que Emily y que además, tiene comportamientos extraños, en comparación con los niños de su edad.
Yendo en contra de lo que su marido opina, Melanie comienza un largo camino por diversos médicos, quienes, a pesar de su insistencia, siempre opinan que no hay nada fuera de lo normal, y que lo que Daniel padece solo es un desarrollo un poco demorado de acuerdo con los demás niños de su edad. Pasando las páginas, donde nos sumergimos en la desesperación acumulada de una madre, a Daniel le diagnostican autismo, es decir, uno de los subtipos de TGD. Melanie no pierde el tiempo, y mientras las discusiones con Stephen aumentan, ella se empeña en buscar a la persona que pueda a ayudar a su hijo a mejorar, lo que la va a llevar a toparse con Andy.
Andy es un terapeuta de juego, cuyos métodos se basan en el apoyo conductual positivo; considerando que con ayuda, paciencia y dedicación, se puede aprender el lenguaje para la obtención de una comunicación funcional con las personas que los rodean, siempre aprovechando los intereses y habilidades de los niños, destacando en el caso de Daniel, su gran pasión por los trenes o los objetos circulares.
Uno de los puntos más interesantes del libro a nuestro parecer es que, aunque tiene partes melancólicas, Melanie es una persona que no pierde el optimismo y el buen humor, siendo esto una de las grandes aptitudes que requiere la aceptación y superación de una discapacidad. La autora tiene una manera especial de narrar cada uno de los acontecimientos que surgen, sintiéndose como una novela que puede “vivirse”, por lo que sin este estilo el libro no sería lo mismo.
Los sentimientos de culpabilidad y tristeza invaden constantemente… la vida de una madre desconsolada, la mala relación con su marido a partir del diagnóstico y las malas experiencias que le han ido sucediendo a lo largo de su vida, llevan a Melanie a encontrar siempre un camino alternativo, una forma, una manera de superar todos los obstáculos con los que se va encontrando y salir de ellos casi sin rasguños.
Como reflexión final: “Daniel no habla” es una historia que te hace pensar, meditar, y de alguna manera, te lleva a preguntarte ¿Qué harías siendo una madre de un niño/a con autismo?
El como la autora plasma el papel de “madre incondicional”, es excelente, por lo que creo que todas las madres de hijos con discapacidad se sentirían identificadas con la madre de Daniel. Por otra parte, como expone a la sociedad frente al tema del autismo es una triste realidad, lo que lleva a darme cuenta como juzgar es lo mejor que sabemos hacer; y eso es algo que no hay que permitir. Son los padres con hijos con discapacidad, los primeros que desean de una manera activa, permanente, constructiva e imparable, una vida feliz para sus hijos. Son los que, a pesar de duros momentos, mejor colaboran en la inclusión de los niños en la sociedad, es por eso que debemos dejar de poner barreras físicas y psicológicas, para que esos niños, lleguen a ser adultos considerados primero como PERSONAS, con sus limitaciones y virtudes, pero sobre todo, como ciudadanos con plenos derechos y obligaciones.
Nunca debemos olvidar que si enseñamos a los niños a aceptar la diversidad como algo normal, no será necesario hablar de inclusión sino de convivencia.-
Por Agostina Ibarrola
Columnista de Espectáculos
Equipo de Prensa
Fundación Por Igual Más
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