Me diagnosticaron casi por casualidad. Hace tres años me detectaron cáncer de tiroides y ya estoy curada, aunque el control se extiende por los próximos diez años. Esta es mi historia.
Años atrás, la fonoaudióloga, a la que visitaba para mejorar mi voz, me recomendó ver a un médico porque tenía la “nuez” grande. El endocrinólogo me mandó a hacer análisis de sangre y los resultados fueron buenos. Él nunca había levantado la mirada. pero, un día, una médica clínica me miró. Estaba a la vista: había un nódulo en la tiroides que se veía desde lejos. Ella lo palpó, me mandó a hacer una ecografía y, como tenía un tamaño mayor de 1 centímetro, una punción. El procedimiento consiste en la extracción con aguja fina de líquido del nódulo.
Hasta ahí, todo normal. “Todo el mundo tiene eso y en general no es nada, solo hay que controlarlo”, me comentaron decenas de conocidos. Así fue como el 20 de agosto de 2013 fui a retirar el resultado de ese doloroso estudio. Pero como era algo que todo el mundo tenía, no me preocupé. Salí del sanatorio con el papel en la mano y paré el auto para leer el resultado, de curiosa. Nunca imaginé que fuera a decir la palabra “carcinoma papilar grado 6”. ¿Cáncer? ¿Qué? ¿Yo?
Como pude, le pedí a mi mamá que googleara ella qué significaba, no era algo que yo quisiera ver y sé que Internet no es la mejor opción, pero el examen no me lo había entregado un médico, sino una recepcionista.
Esta es casi la peor parte de la historia. Nadie está preparado para escuchar o leer eso. Por algo, aún hoy al cáncer se la llama “larga enfermedad”. No fue el caso: dos meses después, estaba entrando al quirófano para sacarme el tumor de la forma de cáncer menos grave (así lo definen los médicos).
El tratamiento es extraño y tiene toda la carga simbólica del cáncer, pero que no entendés hasta que no lo transitás. Tiene varias etapas: la primera es la extracción de la tiroides completa, con un tajo en la garganta y, si hay ganglios, también. Le rogué a los cirujanos que fueran cuidadosos con el corte: yo trabajaba en la tele y no quería quedar como degollada. La cicatriz fue pequeña y la operación, un éxito, pero no sé por qué, quedé sin voz tres meses y me quedó una cuerda paralizada. Aunque es un caso atípico, me tocó tener esa lamentable secuela que para un oído no entrenado no es demasiado perceptible.
Una vez que extrajeron la tiroides e hicieron el análisis del tipo de cáncer, pasé a la etapa de terapia de yodo radiactivo. Luego de una dieta de alimentos libres de yodo por dos semanas y de experimentar un cuerpo sin tiroides durante 40 días, hay que tomar la pastilla de yodo 131. Es decir, una dieta de comida sin sal ni colorantes ni conservantes, mientras el cuerpo se va acomodando a vivir sin tiroides, pero aún no recibe la medicación que reemplace su actividad. El resultado es hinchazón, cansancio extremo, agotamiento, falta de reflejos y una serie de síntomas que sólo permanecen en esta etapa previa a la toma del yodo 131 y que te dejan un mes inactivo. En la actualidad, hay un remedio llamado “Thyrogen” que evita esta molesta fase, pero las prepagas muchas veces no quieren cubrirlo aunque por ley corresponde. Fue mi caso.
Como en Futurama, una vez que tomé la pastillita, me encerré en mi casa por siete días. Me acondicioné con provisiones, películas, series y una confortable hamaca paraguaya. En esta etapa uno no puede acercarse a personas ni animales porque está radioactivo y al séptimo día uno ya puede salir para realizarse el estudio de contraste que permite detectar células cancerígenas en el cuerpo. El yodo es el que las visibiliza y el que las mata. En esta forma de cáncer, no corresponde quimioterapia, sino suministro de yodo.
A partir de ese momento, corresponde la ingesta de una pastillita llamada levotiroxina o T4 que todas las mañanas reemplaza la hormona que ya no está. Acostumbrarse lleva un mes más. Yo tomo una dosis de 150 microgramos. Los estudios se repiten al año siguiente para determinar si hay resabios.
El resultado es casi el mismo aunque no lo es. Hay un cansancio constante y síntomas invisibles que se superan con bienestar emocional, alimentación sana, médicos idóneos que te “vean”, descanso y controles. El aprendizaje es que esta forma de cáncer es mucho más común de lo que creemos y que hay que aprender a contarlo, a hablarlo, porque esta es una enfermedad que estigmatiza.
Existe la percepción de que si lo contás, te victimizás. Y si lo tenés, hay que esconderlo. Es al revés: si lo contás, ayudás a los demás. Si lo tenés, te van a ayudar a transitar los que ya pasaron por lo mismo.
Fuente de información e imágen: http://www.lavoz.com.ar/historias-de-vida/irina-sternik-si-lo-contas-ayudas-los-demas
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