La columna de David: «Las alas de la discapacidad»

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Por Igual Más

09/06/2015

Queridos amigos!!! Inauguramos nueva sección en Por igual +: «Las alas de la discapacidad», en la cual David Finzi nos contará su historia. Un testimonio de vida lleno de sueños y la búsqueda incansable por cumplirlos. Con ustedes…el primer bloque llamado: «Mi Aconcagua».

 

Mi Aconcagua

 

Nací el 17 de marzo de 1985 en la ciudad de La Falda. Después de pasar por varias casas, finalmente estoy viviendo en el barrio Parque Horizonte, en la Ciudad de Córdoba, frente a una plaza en la que todos los días sale el sol y de noche, a veces, lo hace la luna.

 

Desde muy chico siempre fui deportista. Primero, carrera de triciclo (tenía 3 años cuando corrí en triciclo). Segundo (ya un poco más en serio), BMX (bicicross). Cada vez que había carrera en Alta Gracia, Villa Allende o Saldán, allí me llevaba mi papá, y yo (con un casco rojo para moto pesadísimo) competía. Siempre terminaba en 3.º o 4.º lugar. Corrían seis o siete competidores como mucho. Después, ya un poco más grande, MTB (mountain bike). La idea era andar en bici, me iba a todos lados en esta. Y por supuesto, también andaba en la montaña. Un día vi en la tele como hacían escalada deportiva. Y allí fui… todo lo que era deporte extremo lo intentaba. ¡No me paraba nadie!

 

Allá por el 2002, con mi papá compramos un cuadriciclo. Así que la idea era irnos a las sierras y andar en el “cuadri”. Hasta que un “finde”, yendo a Río Grande (en Yacanto de Calamuchita), me caí. A pesar de que llevaba casco, me hice un hematoma en el cerebro y, después de un viaje relámpago hasta Córdoba (estábamos como a 135 km en medio de la nada!), me realizaron dos operaciones a cráneo abierto. Como consecuencia de ello, quedé hemipléjico. El lado que se vio afectado fue el derecho. Desde la punta de los pelos (que me los tuvieron que cortar para operarme) hasta los dedos del pie. Todo eso paralizado y con espasticidad (la espasticidad es un trastorno motor del sistema nervioso central en el que algunos músculos se mantienen permanentemente contraídos, en mi caso los del lado derecho del cuerpo). Perdí la capacidad de hablar, tenía la lengua entumecida y las cuerdas vocales atrofiadas. No recuerdo si pasé por algo peor que el día en que me desperté del coma. Creo que no…

 

Después de más o menos veinticinco días en el hospital, volví a mi casa. Lo hice en una ambulancia, acostado en una camilla, de a poco fui logrando sentarme y pararme. ¡Caminar era algo que veía muy lejos! Hasta que un día apareció en mi vida un aparato de hierro que pesaba unos tres kilos y me llegaba hasta por encima de la rodilla, que me ayudaba a caminar. Eso lo tuve por dos o tres largos años hasta que apareció uno que era más chico, de plástico y más cómodo. Bueno, era lo que había…Yo lo único que quería era poder moverme solo… En el año 2009, surgió la posibilidad de operarme la pierna derecha. Una operación que consiste en que te corten algunos nervios que transmiten movimiento involuntario al pie. Para lo único que me sirvió fue para eliminar todo tipo de aparato de mi pierna derecha.

 

Siempre busqué una solución de raíz para la secuela que me quedó después de aquel accidente, una solución rápida y definitiva. ¡Siempre estuve seguro de que la había! Nunca perdí las esperanzas. Y en la búsqueda ¡aprendí muchísimo sobre neurología!

 

En enero del 2013, durante una visita a mis primos y tíos en Buenos Aires, sorpresivamente me llamó mi hermana mayor (tengo cuatro hermanas) para contarme que había conocido a un tipo que conocía a un médico que descubrió una técnica para repolarizar neuronas. Ahí, mis esperanzas crecieron, ¡no estaba todo perdido!

 

El 30 de septiembre de 2013, viajé con mis padres a la ciudad de Santa Rosa, en La Pampa, para ver al doctor que me había recomendado Néstor (el hombre que conoció mi hermana). Me inyectó un centímetro de procaína al 0,1% en la carótida (arteria que irriga sangre al cerebro). Con esa inyección (¡al instante!) ya se notaban cambios. Mi pie iba un poco menos torcido y el brazo derecho estaba un poco más blando. Después de idas y venidas, terminé haciéndome ver por un especialista en Terapia Neural de Traslasierra, que atiende en la ciudad de Córdoba.

 

Hoy, este médico me está inyectando seis centímetros de procaína al 0,7% casi todos los meses (fue progresivamente) desde hace poco más de un año. ¡Los cambios fueron brutales! Lo más importante es que ahora ¡puedo dormir! Antes, directamente cerraba los ojos y muy rara vez dormía por más de dos horas sin despertarme. Ahora duermo de corrido desde que me acuesto hasta seis, siete u ocho horas (¡a veces más!) y hasta me doy vuelta en la cama sin darme cuenta. Volví a usar un calzado que había descartado porque se me torcía mucho el pie cuando lo usaba. No estoy bostezando todo el día (antes era un bostezo tras otro). Cuando hacía algún esfuerzo fuera de lo normal (como caminar más de diez cuadras, pedalear, o cuando tenía rehabilitación) no había forma de que me duerma. Pasaba las horas acostado, cerrando los ojos, contando ovejitas o dando vueltas en la cama. ¡Ahora ya no! Cuando me acuesto cansado doy dos o tres vueltas en la cama y me duermo, ya no me despierto por cualquier ruidito y duermo placenteramente…

 

Antes me planteaba el famoso “¿Por qué a mi?», hasta que encontré la respuesta: Porque yo tengo el poder de superarlo… Ahora me pregunto si hubiese sido el mismo si no me hubiera pasado aquel accidente, si me hubiese planteado las cosas que me planteo ahora. Seguramente que no, mi vida hubiera sido monótona y aburrida, hubiera conseguido una novia bonita o hubiese subido al Aconcagua (era mi gran sueño), quizá me hubiese ido a Australia o hubiera sido guardaparque o un grandioso biólogo (eran mis otros grandes sueños).

Pero mi vida tomó otro rumbo. No el de los éxitos materiales (si bien aprecio todo lo material que tengo) ni el de los logros sustanciales. Este es otro Aconcagua, y no se sube escalando.

 

Producción: David Finzi

Colabora en la edición junto al Equipo de Prensa: Miriam Coronel

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